Reflexión Final: Escribir para ver

 

Este semestre nos ofreció algo más que conceptos y obras arquitectónicas: nos ofreció un espacio para pensar con pausa, para detenernos y construir una mirada más crítica sobre lo que proyectamos y lo que habitamos. A través de las reflexiones semanales, fuimos encontrando una voz, no solo para escribir, sino para observar. Temas como la fragmentación, el orden evolutivo, la superficie como umbral, o la arquitectura como lenguaje narrativo dejaron de ser ideas abstractas para convertirse en herramientas que ahora forman parte de nuestra forma de pensar. La escritura nos permitió trazar conexiones entre lo leído, lo debatido y lo vivido. Más que una tarea, cada texto fue una forma de diseñar pensamiento.

 

A medida que avanzábamos, descubrimos que lo académico y lo emocional no son mundos opuestos, sino partes complementarias del diseño arquitectónico. Aprendimos que una obra puede ser lógica sin dejar de ser poética, y que una fachada puede comunicar tanto como un programa bien resuelto. Al estudiar figuras como Gehry, Moneo o Utzon, fuimos entendiendo que cada decisión proyectual tiene una carga cultural, simbólica y personal. Esa complejidad se reflejaba también en nuestras propias dudas y contradicciones, que aprendimos a reconocer y a transformar en preguntas productivas. Cuestionar dejó de ser un obstáculo y se volvió parte del proceso.

 

Uno de los aspectos más enriquecedores fue ver cómo nuestras experiencias personales empezaban a filtrarse en lo que escribíamos. Conceptos como el precedente, el orden interno o la tensión entre forma y uso empezaron a aparecer no solo en los textos, sino en la manera en que observamos la ciudad, nuestros proyectos o incluso nuestras conversaciones. La arquitectura dejó de ser algo externo, distante, y comenzó a revelarse en lo cotidiano. En ese sentido, las reflexiones fueron también ejercicios de empatía: con los espacios, con las ideas, con nosotros mismos.

 

Si algo queda al terminar este curso, es la certeza de que pensar también es proyectar. La arquitectura no solo se aprende con planos, sino también escribiendo, leyendo, preguntando y mirando con atención. Este proceso nos ayudó a construir una mirada más sensible, más crítica y más consciente. Y aunque hubo aspectos logísticos que podrían mejorarse —como la constancia en la dinámica de clase—, el valor de lo aprendido permanece. Al final, escribir sobre arquitectura fue también una forma de habitarla, de entenderla desde adentro, palabra por palabra.

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