Entre lo Académico vs. Viceral:
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La arquitectura no debería entenderse únicamente como una técnica ni como
una manifestación artística aislada. Más bien, es una conversación continua
entre el conocimiento acumulado y la sensibilidad espontánea, entre lo que se
ha aprendido y lo que se siente. En este diálogo, la norma representa la
estructura, el orden, la proporción, los precedentes históricos y las
exigencias del contexto. Por otro lado, el instinto aporta intuición, emoción,
espontaneidad y la capacidad de responder a lo inesperado. Ambos impulsos,
lejos de excluirse, pueden enriquecerse mutuamente cuando se les da espacio
para dialogar.
Diseñar desde la norma brinda claridad, coherencia y seguridad. Permite
crear espacios que responden a criterios técnicos, que funcionan correctamente
y que se adaptan a las necesidades básicas del usuario. Sin embargo, cuando se
ignora el instinto, la arquitectura corre el riesgo de volverse fría,
repetitiva o desprovista de carácter. El instinto, en cambio, permite que los
espacios hablen desde lo humano, lo imperfecto, lo sensorial. Es la voz que
recuerda que un muro puede contener historia, que una luz puede provocar calma
y que una forma puede invitar a quedarse.
La arquitectura verdaderamente significativa nace cuando estos dos enfoques
se escuchan con apertura. Una curva inesperada puede tener tanto poder
expresivo como un eje simétrico bien trazado. El arquitecto que domina la
técnica, pero también se permite sentir es capaz de crear obras que emocionan
sin dejar de ser funcionales. En ese balance, lo estructurado no niega lo
poético, y lo emocional no prescinde de la lógica. El proyecto arquitectónico
se convierte entonces en un tejido donde razón y emoción se entrelazan.
Quizás el verdadero reto de la arquitectura contemporánea no está en elegir
entre lo académico o lo visceral, sino en saber cuándo permitir que uno guíe y
cuándo dejar hablar al otro. La conversación entre norma e instinto no busca
imponer, sino revelar lo que cada espacio necesita para ser habitado
plenamente. Es en esa apertura donde se encuentra la posibilidad de una
arquitectura más sensible, más compleja y honesta. Una arquitectura que no solo
se construye con reglas ni solo con impulsos, sino con la capacidad de escuchar
lo que el lugar, el cuerpo y el tiempo quieren decir.

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