Superficie como mediadora de experiencias: del gesto al cuerpo
En arquitectura, solemos pensar en la superficie como un límite físico, una
piel que separa el adentro del afuera. Pero más allá de su función envolvente,
la superficie tiene el poder de mediar entre el gesto del arquitecto y el
cuerpo del usuario. Es allí donde la intención se vuelve materia, y la materia
se convierte en experiencia. Cada pliegue, cada textura o transparencia,
condiciona cómo nos acercamos, tocamos o habitamos un espacio. No es solo lo
que se ve: es también lo que se siente, lo que se atraviesa, lo que se percibe
antes de entrar.
Al entender la superficie como una herramienta de mediación sensorial, su
valor deja de ser meramente estético. La elección del material, el ritmo del
módulo o la proporción de una fachada influyen directamente en el
comportamiento del usuario. Un muro ciego puede generar tensión, mientras que
una piel perforada puede invitar a la curiosidad. Esta experiencia corporal no
siempre es racionalizada, pero deja huella. En este sentido, la superficie no
comunica únicamente un mensaje visual; también coreografía el movimiento, las
pausas y los vínculos entre cuerpos y espacio.
Además, la superficie no es una entidad fija. Está sujeta a cambios de luz,
clima, uso y tiempo. Como en la escultura, su lectura depende del punto de
vista y de la relación con el espectador. Esta condición transitoria exige del
arquitecto una conciencia de la temporalidad. Una fachada puede ser monumental
al mediodía y etérea al atardecer. Esta capacidad de transformación convierte a
la superficie en un elemento vivo, que reacciona y se adapta. No solo
representa: también actúa.
Por eso, diseñar una superficie arquitectónica es diseñar una relación. No
basta con pensarla como una interfaz visual o como una solución técnica: debe
ser concebida como un umbral de experiencias. El reto está en lograr que lo
constructivo no anule lo simbólico, y que lo simbólico no desatienda lo
habitable. Entre la escultura y la función, entre el detalle técnico y el gesto
poético, la superficie se convierte en el campo donde el pensamiento del
arquitecto y la vivencia del usuario se encuentran.

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